recido entre
pescadores, nunca sospechó el joven Mario Jiménez que en el correo
de aquel día Habría un anzuelo con que atraparía al poeta .No bien
le habría entregado el bulto, el poeta había discernido con
precisión meridiana una carta que procedió a rasgar antes, sus
propios ojos conducta inaudita, incompatible con la sensibilidad y
discreción del vate, alentó en el cartero el inicio de un
interrogatorio, y por qué no decirlo, de una amistad.
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